lunes, 5 de octubre de 2009

Rock P. volumen 1

Baje del tren naranja, tome la primer diagonal y comencé a caminar… al dar unos pocos pasos por aquella ciudad me di cuenta que todos los hombres eran lindos.
Por cuadra cruzabas a 5, de los cuales 4.5 eran atrayentes. Capaz la pobló gente bella, entonces los genes quedaron rondando por ahí. O tal vez el aire era más cálido y puro por lo que las almas nacían asi de locas e interesantes. Las estrellas los alumbraban más fuerte resaltando sus rasgos mas bellos o una ola de marcianos quiroprácticos los inyectaban por las noches. Yo no lo se, pero lo importante era que una podía escoger en una gran gama de colores y matizados. Tales valores como artistas, flacos, musculosos, freaks, rastas, lánguidos, intelectuales locos, lobos esteparios, músicos, hippies, amantes de la literatura, altos ,medianos, activos militantes zurdos, artesanos, enanitos, vagos, cantantes, malabaristas, tatuadotes, skaters, pintores manchados, vegetarianos activistas, drogones o patinetas.
Todo era genial porque cualquier aventura seria distinta a cualquier otra. Y eso, lo cambiaba todo.
Allí, los jóvenes montaban en sus “palomas blancas” unos aparatos parecidos a bicicletas, pero con una cruza de monopatín con rollers rengos. Con ellas, viajaban por senderos de petunias poli cromáticas. Donde el ambiente olía a tilos y acrílicos añejos.
Era un lugar de casitas bajas, y edificios muy muy altos, como gigantes que observan todo con sus miles de ojos blindados de vidrios, que de día abren sus párpados de tela o madera, y de noche los cierran con cerrojo para no despertar.
Los perros pueden hablar con los humanos, pequeños duendes salen de las alcantarillas para cuidar los espacios verdes. Y hay un bosque… un bosque de sombras y soles. Donde nos sentamos en un banco. La música bailaba alrededor de nuestros oídos, donde los múltiples pájaros ocultos en frondosos árboles hacían sus coros.
Entre el humo y las piernas cruzadas divisamos a unos turistas. Mas bien policías turistas, trabajando activos a caballo, como tarde por el campo, con sus machetes rebotando en las piernas y los ojos de los animalejos cegados por un cuero frío negro e impenetrable, como sus almas.
Un hombre irrumpe en el silencio de la escena. Va trotando por el sendero del bosque. Con el cuello erguido como un pato. Luce deportivo, de una forma anciana, acorde con su edad.
Al cabo de unas secas pasa nuevamente. En igual posición. Disparador de carcajadas.
En un santiamén, rápido como el mismo eruto de chorizan volamos a la casa.
Entramos, y un golpe de arte te cachetea la cara. Las camas suelen estar invadidas de hombres, las sabanas destilan un olor atrayente al sexo opuesto.
Salen las brujas de la casa, con sus sombreros robados de walmart, secuencia donde saludaban como reinas de belleza, y besaban a los niños como hadas madrinas para no ser descubiertas.
En las paredes cuelgan cuadros eróticos hechos con materiales extraños. De sentidos diversos, múltiples texturas, aromas y colores.
Al terminar la noche, ella se pone una campera de cuero colorida, que le da un touch.
Coje un pañuelo del balde de chalinas y adornos para el cuello que se encuentra junto a la vitrola de cristal.
Y entre las paredes dibujadas del barrio, se va salticando, uno por cada estrella, lucero vale doble.
Troskista! Grita uno desde la otra cuadra. Mientras se aleja, sin dar a conocer su cara. Atravesando la placita del barrio oscura, donde niñitas se esconden tras los árboles a hacer cosas indebidas por un trago del néctar de los dioses que los hombres de kiosko no les quieren vender.
Los autos no permiten el paso de los hombres sin ruedas. Es una jungla de concreto.
Donde uno, debe de preocuparse por no perder una extremidad en un descuido de luces cegadoras. Uno y otro y otro más. Pasan ¡zum! Como un salto de león por encima de la cabeza de la presa.
Ir a la casa de los músicos y pintores es de lo mas entretenido.
Al cruzar el umbral comienza la búsqueda del tesoro. Al encontrar pequeñas monedas verdes de premio por cualquier lugar recóndito de las casas. Distractor de los malvados pitufos azules para que no roben la diversión de un santiamén. Pero en oportunidades la memoria falla, así que el juego consiste en encontrar los tesoritos e ir armando fogatas dentro de los pulmones ansiosos.
Cuando los rayos de sol vuelven a colarse por las ventanas, y en los bares las piernas tiemblan de tanta danza alocada los habitantes vuelven a recostarse en sus camas, o en los pastos, para hundirse en profundos sueños.
En la travesía al hogar, pisándose los párpados y tiñendo su cara de ojeras púrpuras, las muchachas hacen una pasadita por el kiosko del hospital, único lugar abierto en el barrio para buscar un poco de glucosa que les permita soñar dulcemente y no encontrarse con grises pesadillas al apagar la conciencia.

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