viernes, 26 de junio de 2009

Invierno en puerta

En un rincón de la plaza hay una especie de alcantarilla.
Profunda.
Dentro de esta los duendes capturan los objetos caídos, mientras se ocultan entre los centenares de hojas secas que reposan en el piso.
Apoyo mi cara contra la rejilla, siento el frío acero en mi rostro.
Oigo movimiento, y el eco de mi respiración.
Miro miro.
Vuelvo a sentirlo, fuerzo la vista.
El enrejado se marca en mi cara.

Tocan mi hombro, me sobresalto, es un amigo preguntándome por los otros, me cuenta que uno esta preso desde la noche anterior por robar peras.
Me río, mientras me incorporo. Me abrigo, saco mis guantes rallados a colores de adentro del bolsillo. Y estiro la gruesa chalina hasta cubrir mi nariz por completo.
Saludo.
Voy rumbo a casa, por inercia, imagino la situación, el lugar calido, unas milanesas sobre el plato, con queso arriba. Y papas y batatas.
Pero me detengo al pasar por una librería pequeña, ubicada en una esquina. Entro por una puerta chiquita, de ella pendía un llamador de ángeles. El ambiente estaba oscuro y olía a tabaco añejo y a esa humedad que despiden los libros antiguos.
Casi no había espacio para caminar, puesto que las torres de páginas amarillas irrumpían el paso.
Después de merodear entre prólogos, me decido por uno, cuya edición es la primera, la única, la más vieja. Me acerco a un mostrador donde me atiende un muchacho joven, delgado, con una remera de Pink Floyd y unos anteojos que agrandaban sus pequeños ojos marrones.
Dentro del libro una nota: “y espero a que llegue la pintura para embeber el rodillo y deslizarlo por las paredes de mi cuarto”
Tomo el libro entre mis manos nerviosas, y salgo por la puerta pequeña que cierro tras de mi levantando el polvo sobre las torres.

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